El cielo de Bitinia by Miguel Ángel Manrique

El cielo de Bitinia by Miguel Ángel Manrique

autor:Miguel Ángel Manrique [Manrique, Miguel Ángel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-31T16:00:00+00:00


CORDUBA

El largo verano iba tocando su fin y los días en los que el sol parecía no querer desaparecer tras el horizonte se habían ido haciendo cada vez más infrecuentes. Muy a pesar de las dos niñas, ahora la noche llegaba demasiado pronto, cuando todavía andaban envueltas en continuos juegos y aventuras a las que detestaban tener que poner fin.

La alborada había dejado paso a una mañana clara y soleada, lo que ayudaría a secar todo cuanto la semana anterior habían inundado las torrenciales lluvias. Flavia no recordaba una tormenta como la que había azotado Corduba aquella semana. Livia apenas si reflexionó sobre ello siquiera, pues al mirar por la ventana de su alcoba que daba al patio trasero de casa podía observar el radiante y luminoso día y con él todos los malos recuerdos se habían evaporado de su incansable mente.

Debía disfrutarlo al máximo.

Livia se las había arreglado para salir de casa en cuanto el primer gallo hubo cantado sin que Eumelia volviera a dar de bruces con ella y la obligase a recorrer el camino de la cocina y tomar aquellas gachas con la maldita leche. ¡Cómo odiaba su sabor! Pensó mientras se escabullía pegada a las paredes hasta que hubo puesto ambos pies en la calle. Más tarde recorrió buena parte de la ciudad hasta encontrarse con Flavia en el lugar acordado. Su amiga no había faltado a su palabra, como no lo había hecho en ningún momento durante todo el largo verano, y se encontraba en la puerta sur de la ciudad cuando todavía no había demasiada gente en las calles.

Aquella había sido la razón por la que habían acordado el encuentro apenas al despuntar el alba. De otra forma, seguro que algún amigo o conocido de Publio la reconocería y daría parte de inmediato a su padre. «Andaba pululando sola por las calles de la ciudad en plena algarabía, pudo haberse extraviado», escuchó en su cabeza decir a cualquier delator mientras la entregaba por ganarse algunos favores de su padre. Sin duda alguna, haber acordado el encuentro a aquellas horas de la alborada había sido un acierto.

—¿Has desayunado? —preguntó Flavia.

—¡Puaj! No podría tomar ni una más de esas sopas con leche de Eumelia —⁠repuso Livia torciendo el gesto y arrugando la nariz.

Ambas rieron llevándose la mano a la boca para mitigar ruidos e incómodas miradas de reprobación, pese a la poca gente que todavía deambulaba por allí.

—Ven entonces. Conozco el sitio perfecto.

Flavia tomó la mano de su amiga y la arrastró a través de la puerta de piedra, bajo un tosco arco de medio punto.

Ambas estaban ahora extramuros.

Mientras cruzaba la puerta a través del arco de piedra, Livia pudo sentir cómo su corazón se aceleraba y le vino a la cabeza el recuerdo de las palabras que un día le había dicho Eumelia. «Los caminos extramuros están llenos de más cosas, querida —⁠dijo una vez la ama. Y ante su insistencia concluyó⁠—: De muertos». Pensó en cuánto quería a Eumelia y cuánto la había cuidado



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